Carpe díem

Multitudinaria manifestación en Bruselas para apoyar a Carles Puigdemont.

El reto catalán todo lo acapara y no es para menos. El estado español afronta una fase inédita hasta ahora, un proceso de secesión democrático, desobediente y constante. Resulta difícil entender esto último en una sociedad que mide sus avances o retrocesos en minutos o mediante mensajes de Twitter.

Es un proceso ajeno a muchos cánones establecidos en otros procesos de similares características, y donde la construcción de este se ha realizado de abajo arriba, mediante el compromiso de la sociedad civil y las entidades soberanistas, y en comunión con unos agentes políticos que atendiendo a su trayectoria y actuación, lo dotan no sin contradicciones, de una gran transversalidad.

También cabe resaltar que en política no hay procesos matemáticos ni perfectos, uno más uno no siempre son dos, y este no es una excepción. Los quebequenses y escoceses pueden dar buena fe de ello. Los primeros acudieron a las urnas hasta en dos ocasiones, en 1980 y 1995, y a pesar de lo ajustado del resultado no lo consiguieron. Más recientemente, los escoceses también pudieron decidir su futuro. Eso sí, ni unos ni otros tuvieron enfrente al estado español.

Tras muchas semanas de incertidumbre, en Euskal Herria seguimos resbalando al intentar descifrar lo que ocurrirá en Catalunya los próximos meses. Quizá sea ese el mayor activo un procés, que no se está llevando a cabo atendiendo a las pautas clásicas del ejercicio de la política, sino a la voluntad y al impulso de la sociedad catalana, o al menos de una gran parte de ella. Ya que llámese mayoría silenciosa o minoría sediciosa, unas y otros saben que las cosas han dejado de ser lo que eran, y que en la relación entre los y las catalanas y el estado, no volverá a ponerse de nuevo el contador a cero. Lejos quedan ya los ecos de aquel tripartito y también del Estatut y  su posterior “cepillado”.

Por el contrario, si ha existido una certeza en todo este camino, la respuesta estatal antes, durante y tras la declaración de independencia. El estado se tambalea pero no titubea, nunca lo ha hecho cuando ha visto en peligro su unidad y el sistema gestionado por los poderes que lo sustentan.

Superando una visión cortoplacista, se están tejiendo los mimbres para que desde un punto de vista político y jurídico, los márgenes en los que se ha gestado el proceso desaparezcan, abocando a la ciudadanía catalana a unas elecciones completamente viciadas, imponiendo los límites políticos y competenciales mediante decreto (artículo 155) y tejiendo una maraña judicial que de sentar precedente, y todo apunta que así será, no solo negará cualquier posibilidad a futuros intentos del ejercicio de la soberanía al pueblo catalán, sino que también supondrá un “aviso a navegantes” para otros pueblos que aspiren a ejercer ese mismo derecho.

Sería un error menospreciar los efectos de la represión, la física, pero principalmente aquella que no se muestra ni en los informativos ni en las redes, ya que la batería de medidas puestas en marcha por el gobierno del PP con la inestimable ayuda Ciudadanos y PSOE, no comienzan en la Audiencia Nacional ni terminan en el Constitucional.

Los mecanismos defensivos del sistema se accionaron hace ya varios años, cuando la sociedad catalana decidió hacer camino en clave de soberanía social y nacional. El estado entendió entonces que afrontaba un problema político de primer nivel y no iba a permitir a los y las catalanas lo que con niveles de confrontación más crudos y contundentes, no había permitido a vascos y vascas.

También la sobreinformación, la mentira, el mostrarnos continuamente el árbol y no el bosque, han hecho de los medios estatales los mejores valedores al preparar el escenario para la aplicación de todas esas medidas, ya que prácticamente todo el arco periodístico español, junto con esa jauría de pseudoexpertos tertulianos, acompañan con paso marcial al estado en esta nueva cruzada.

Tampoco debiéramos olvidarnos de aquellos que iban a conquistar el cielo y les falló el ascensor. Siguen mirando a Catalunya como el pariente enrollado de una familia convencional, hablando de su encaje en el estado, y pidiendo paciencia y diálogo, como si la izquierda española se bastara para conseguir una segunda transición en términos democráticos.

Ya se lo dijo Anna Gabriel al representante de Catalunya Si que es Pot en el Parlament: “…ustedes lo teorizan, nosotras intentaremos llevarlo a cabo”. Un apunte precisamente para ese grupo asambleario que sigue trabajando para que el procés sea eso, un proceso y no un mero brindis al sol. Todos marcan distancias con ellos, pero sin su aportación jamás se hubiese llegado tan lejos.

Y así podríamos seguir hasta saturar esta web de análisis y anécdotas. En definitiva, los y las catalanas han dado un paso importante, y desde aquí nuestro máximo apoyo y solidaridad. Pero, y este pero es importante, aprovechemos el momento trabajando para que el ejemplo catalán cale entre nosotros. Ya que más allá de la política de despacho (alianza entre las fuerzas soberanistas), o de la ejercida en sede parlamentaria (ponencia de autogobierno), los mayores garantes de los avances en este sentido somos los y las ciudadanas de Euskal Herria.

Aquí, la tozudez de los hechos nos plantea un escenario con bastantes más certezas que en Catalunya. Sabemos que la voluntad del PNV llega hasta donde se active su libreta de ahorros y los ciudadanos del mundo pero de ninguna otra parte, hacen malabares para que el discurso que realizan en Madrid pueda encajar en nuestro pueblo.

Aún así, para tozudez la aritmética política, o ¿Acaso los y las independentistas tenemos fuerza suficiente para llevar a cabo un proceso transformador, que en clave social y política nos acerque hacia el ejercicio del derecho de autodeterminación?

Nos acercamos a las fechas más empalagosas del año y no precisamente por el turrón o el mazapán. La solidaridad se convierte en consumo y los que tienen poco afrontarán el nuevo año con menos aún. Nos seguirán preocupando “esos moros que nos roban con el RGI” y el color de los subsaharianos se oscurecerá más, haciéndolos invisibles a nuestros ojos.

Seguiremos satisfechos de seguir unidos a esa Europa que niega la soberanía de los pueblos y de las personas, pero no de las que aterrizan en avión, sino de aquellas que arriban en Lampedusa muertas de hambre y de miedo. Ascienden a 3000 los muertos en el mediterráneo este año, son ya más de 12000 desde el 2013, de los cuales 700 han sido niños.

Con semejante balance, a la Unión Europea se le ha otorgado el premio princesa de Asturias a la concordia… Sin comentarios.

Urte barri on!

Euskal preso eta iheslari politikoak etxera!