El sabor de la ceniza: Lo que las hogueras no consiguieron quemar

Zugarramurdi. Foto: Wikipedia

Un solsticio de verano atípico. El calor de las piras no terminará con un virus que muta casi tanto como nuestra capacidad de gestionar la epidemia, negro sobre blanco y al revés, dependiendo de las necesidades de esa “normalidad” a la que nos quieren devolver, la misma que nos condujo hasta esta situación.

Un cambio de estación amordazado con mascarillas y criterios más que sospechosos, que embadurnan unas fechas propicias para la reunión y la fiesta, la alegría y la resaca.

De esta saldremos sí, pero no juntos. Algunos afrontarán la desescalada bien pertrechados con cuerdas y mosquetones, otras lo harán en caída libre, sin salientes ni agarres donde poder aferrarse. Reducidas a ostentar un falso heroísmo que las llevará de la primera línea en la atención mediática, al vagón de cola con el resto de la plebe.

La historia nos ha enseñado que somos los seres humanos con falo, los que llevamos siglos instaurando “normalidades” y proscribiendo legados naturales que más nos valiera no olvidar. Ayer como hoy el temor a lo desconocido o nuestra propia incapacidad de asumir la muerte, nos lleva a una necesidad bien calculada de controlar todo y a todas, haciendo que hechos ya casi olvidados afloren siglos después, con métodos y en circunstancias diferentes pero con el mismo poso sistémico y represivo.

Ellas siguen aquí. No las extinguieron las sucesivas guerras, los dogmas religiosos ni las reconversiones industriales y tampoco lo lograrán los actuales avances tecnológicos, más encaminados a disminuir el espíritu crítico y solidario y a dejar que la digitalización haga seguir rodando la rueda neoliberal.

Mal que pese a muchos, están entre nosotros. Sean reales o virtuales, las llamas de las hogueras continúan ardiendo, lo hacían hace siglos y lo siguen haciendo al comenzar cada periodo estival. Insuflan vida y nos recuerdan la certeza de la muerte.


“Aquello que para la oruga es el fin del mundo,

para el resto del mundo se llama mariposa”.

Lao-Tsé


UN CUENTO MUY REAL

La brujería es una palabra que puede inquietar o asustar a la gente y confundir a mucha otra. En su origen no estaba basada en dogmas, en creencias concretas ni en escrituras sagradas. No se guiaba por jerarquías establecidas ni líderes todopoderosos, tomaba inspiración de las enseñanzas naturales desde el conocimiento de la flora y la fauna, hasta la influencia de los ciclos estacionales que acompañaban a la madre tierra. Cada elemento (tierra, aire, fuego o agua) tenía una energía a la que se le dotaba de divinidad, pudiendo ser esta femenina o masculina indistintamente, como las dos caras de una misma moneda.

Nuestra mitología se fundamenta principalmente en los fenómenos naturales, para poder explicar el desarrollo de nuestro universo más cercano. Hacía referencia a divinidades naturales personificadas en  genios y dioses con las que se trataban de dar explicación a las fuerzas que condicionaban de una manera u otra la vida, tales como las tormentas, las mareas o el viento, artífices de un marco natural erosionado que acompañaba la figura indómita de nuestra geografía y sus gentes.

La existencia de las brujas bebe de ambas y adquiere toda su dimensión cuando se mezclan los hechos reales con los fabulosos y se transmiten en el tiempo a modo de conocimientos o leyendas. La mayoría de veces la falta de documentos escritos nos ha obligado a recurrir a la investigación arqueológica y a la imaginación, para intentar entender los avatares de una cultura nublada en el tiempo y transmitida de boca en boca durante generaciones. Aquellas creencias acompañadas de túmulos, cromlechs y dólmenes, forman parte de un patrimonio ancestral abierto a numerosas interpretaciones, que lejos de plasmar una hegemonía cultural y étnica nos sumerge en una mezcolanza de sabiduría, ritos y leyendas tan entrelazadas y revueltas, como el mar que baña nuestro litoral.


“En todos los pueblos se han desarrollado más o menos tales ideas, que al tomar incremento, forman un ambiente particular, un género de animismo, en que lo maravilloso llega a extremos inverosímiles. Representan pues un estado de conciencia pública, o mejor, una etapa en la gradación psicológica de los pueblos”.

Jose Miguel Barandiaran


Las brujas forman parte de la historia universal. La brujería y sus prácticas se relacionaban con el uso de conocimientos y técnicas con las que  mágicamente se podían dominar los acontecimientos o la voluntad de las personas. En Euskal Herria evocamos donde andaban o se reunían, habiendo quedado recogidas en nuestro idioma numerosas expresiones relacionadas con ellas, desde su propia denominación, Sorgin, del latín sors (suerte o destino) y gin (sufijo en euskera), hasta el término akelarre, palabra esta que figura en los diccionarios de la mayoría de las lenguas.


“Aún hoy no es difícil encontrar en Vizcaya quién crea en brujas; antiguamente era muy difícil hallar quién no creyese en ellas. Pero es aún mucho más fácil, cosa sencillísima, el tropezar con quienes no han visto brujas pero han sentido los efectos de su poder maligno”.

Gregorio de Mujica (1882-1931)


En el imaginario de antiguas civilizaciones podían originar tanto el bien como el mal, alejando tormentas, terminando con las sequias o justo lo contrario. Por muy diferentes motivos estuvieron muy presentes en las sociedades occidentales antes y durante la irrupción del cristianismo, dejando un legado tan esotérico como real que perdura en el tiempo y en nuestro imaginario y que a día de hoy sigue sirviendo de revulsivo para proyectos y reivindicaciones renovadoras o alternativas. Podremos creer o no en las brujas, pero la brujería es un hecho histórico, “Direnik ez sinetsi, ez daudenik ez esan”.


EN EL FOLKLORE

Mucho se ha escrito sobre nuestros ancestros, en un pueblo que inca sus raíces en el tiempo hasta edades que aún hoy somos incapaces de discernir con claridad. Los datos arqueológicos tienen sus limitaciones cuando de lo que se trata es de entender como percibían los habitantes de nuestra tierra el mundo que les rodeaba. Todas las fuerzas de la naturaleza, todos los mitos y leyendas y los personajes que las representaban mediante sus poderes, eran la consecuencia del  desconocimiento en un mundo terrenal inmenso e indefinido. La materia y sus propiedades se desdoblaban entre lo humano y el inframundo, las virtudes de las plantas u otras substancias causaban infección o sanaban, fertilizaban o esterilizaban la tierra y a unas gentes incapaces de entender el entorno que les rodeaba.

Antes de la propagación de las ideas cristianas, la que conocemos como noche de San Juan formaba parte de los ritos de las sociedades antiguas. De carácter sanador y con componentes mágicos y sobrenaturales, se celebraba durante el cambio de solsticio, aproximadamente cada 24 de junio en nuestro calendario. Al calor de ella, se han originado multitud de ritos relacionados con los elementos y expresados de manera diferente dependiendo de los lugares y las gentes que los llevaban a cabo, con el sol como fuente de vida y el fuego como elemento transformador y purificador.


“En algunos lugares formaba parte de la tradición echar a la hoguera los objetos que representaban aquello que se quería cambiar o eliminar de casa, alejando las enfermedades y los malos espíritus y asegurando la salud de sus habitantes. Incluso las cenizas de las hogueras podían ser utilizadas para curar enfermedades de la piel”. Costumbre popular


Mediante el fuego enlazaban el calor con la vida, y esta a su vez se hermanaba con la muerte de una manera natural, al apagarse las llamas de las hogueras. Su resplandor iluminaba la noche más corta del año con la que las mujeres y los hombres primitivos adoradores de la naturaleza, ahuyentaban a los malos espíritus mediante encantamientos y bailes ancestrales. Con el verano venían los meses de calor y cosecha, la naturaleza volvía a estallar fertilizando los cuerpos y los campos, dando colorido al alma y alegría a los estómagos. El cambio de estaciones marcadas por el sol y la luna servía para establecer un orden natural de las cosas.


“Se recolectaban ciertas hierbas, y una vez bendecidas se cocían para usar el agua como elemento purificador con el que se lavaban los cuerpos. Posteriormente se quemaban en la hoguera y sus cenizas se colocaban en las entradas de los hogares para alejar las tormentas y los rayos”.

Costumbre popular


La razón que originó esta ofrenda a la vida y la muerte, es recordada en innumerables lugares del globo, no así el culto, que ha ido modificándose con el paso del tiempo. Digamos que la iglesia asimiló la parte más atractiva de su contenido o los aspectos más positivos de estos rituales, para ejercer “de luz” en un mundo lúgubre y lleno de creencias oscuras y arcanas. Con el paso del tiempo se han ido restando o añadiendo contenidos que han hecho que llegue hasta nuestros días de una manera difusa, llegando en muchos casos a convertirse en una celebración exclusivamente lúdica.


“Pese a la existencia de un nexo atemporal, hoy en día, ya sin tanto poso místico y religioso, el solsticio de verano o noche de San Juan habilita espacios donde las personas socializan otro tipo de ideas o reivindicaciones tanto culturales como sociales, que van desde propuestas para la normalización y el uso del euskera, hasta postulados tan transformadores y necesarios como el feminismo”.

Nota del narrador (Zornotza)


Dentro de estas manifestaciones del espíritu popular, donde a ciertas personas se les suponía propiedades extraordinarias en virtud de su ciencia mágica o de su comunicación con seres sobrenaturales, es donde se apoyaron las denuncias por prácticas de brujería contra personas de carne y hueso, conocidas por su comunidad y que no habían cometido otro delito que mostrar su entendimiento del medio y del aprendizaje natural, y que no se atenían a las normas comunes o se comportaban de manera extraña según la apreciación de su entorno social.


“Todo cuanto de sobrenatural contaban sobre las brujas era pura superchería inventada por ellas; las acusaciones las hacían tan solo buscando el perdón de los jueces, que siempre se mostraban benévolos con los “buenos confidentes”, es decir con los arrepentidos que daban luz para perseguir a la secta.  Nada de fantástico, nada de maravilloso ni sobrenatural”.

Pedro de Valencia (1555-1620)


De la misma manera que ocurrió con otras expresiones de la edad antigua, la iglesia cristianizó este rito dotándolo de contenido santoral, ya que según la biblia marcaba la fecha en la que vino al mundo San Juan Bautista y que como se recoge en sus textos sagrados, “Zacarías mandó encender una hoguera para anunciar a los cuatro vientos el nacimiento de su hijo Juan”. Pocos siglos después aquellas piras de celebración fueron transformadas en crematorios al aire libre, donde mujeres y hombres eran quemados vivos en nombre de dios.

La historia moderna ha estado condicionada con el surgimiento y el avance de otras creencias religiosas, y en lo que a nuestra tierra se refiere con la expansión del cristianismo. Las prácticas paganas fueron asimiladas, excluidas o perseguidas en una escalada en la que la iglesia no enfocó su fe para poder predicar el bien común por y para todos, sino como un intento de acumular poder con el fin conservar y ampliar su incidencia.


LA BRUJERÍA, DE CREECINA PAGANA A RELIGIÓN SATÁNICA

Con el paso del tiempo las entidades de poder, fueran religiosas o políticas, dejaron de identificar la brujería como una creencia pagana de buenos y malos seres o genios y la relacionaron  con una especie concreta de diablo, presentando a las brujas como portadoras de una fuerza maligna y contraria a la fe cristiana. Mari había sido contemplada como un personaje mitológico fruto de la incultura y la ignorancia de las creencias paganas, nada que ver con aquellas otras adoradoras de satán.


“En algunas zonas de Guipuzcoa (Ataun, Andoain…), para desembarazarse de las brujas había que golpearlas varias veces y siempre en número impar. En otras como Oiartzun, para causarles dolor se debía golpear su sombra y no su cuerpo. Y en Zegama se recomendaba no salirse del camino si se viajaba de noche”.

Jose Miguel Barandiaran


Estas no solo fomentaban el ateísmo o el paganismo, sino que mediante conjuros y pócimas practicaban la religión del diablo conscientemente. De esta manera también consiguieron despertar las sospechas sobre muchas de las prácticas médicas heredadas durante generaciones, ya que algunas de ellas eran curanderas y tenían conocimientos sobre la reproducción, la menstruación o el parto, así como de diferentes males que trataban con ungüentos elaborados con plantas u otros vegetales. Hasta entonces el clero negaba que las brujas tuviesen poderes sobrenaturales, y sus andanzas fueron castigadas a lo sumo con multas y la confiscación de bienes, o con la obligación de realizar alguna penitencia para regresar al buen camino.

Durante los siglos anteriores a la puesta en práctica de los juzgados inquisitoriales, estos juicios por herejía o blasfemia los llevaban a cabo clérigos que se hacían llamar “El tribunal de los francos jueces” y que actuaban principalmente en suelo francés. Tiempo después las brujas pasarían a formar parte de una secta organizada a la que había que combatir tipificando un delito concreto de brujería y construyendo a su alrededor toda una normativa judicial que comenzaba con las delaciones y terminaba con la correspondiente sentencia. Este cambio de posición a la hora de tratar y explicar este fenómeno, también trajo consigo la aplicación de penas mucho más severas. En los duros y castigados tiempos de la edad media, no tardó mucho la sociedad o al menos parte de ella, en absorber las tesis creadas por los señores feudales y aquellos sabios y eruditos tan cercanos al estudio y a la práctica de la fe cristiana.

Teniendo en cuenta que la mayoría de información que ha llegado hasta nuestros días ha sido debido en gran medida a aquellos métodos inquisitoriales, es muy difícil valorar hasta que punto creía la gente de entonces en la existencia de una brujería anticristiana. En una sociedad fundamentalmente agraria, en zonas  rurales más pequeñas y culturalmente menos desarrolladas, estas personas fueron las culpables perfectas y necesarias para explicar las malas cosechas, las plagas o los cambios climáticos que originaban riadas o sequias. De esta manera se fue reinterpretando la figura de las brujas, para poder construir una nueva formulación teórica sobre la hechicería que abarcó cerca de cinco siglos.


“Sorgiñ, se llamaban de esta manera a ciertas mujeres a quienes se atribuía virtud de aojar, begizkoa egin, a los niños, a los jóvenes de todas las edades y a los animales domésticos. También reciben el mismo nombre, aquellas mujeres que se reúnen de noche en ciertos prados llamados eperlanda o aquelarre, donde se entregan a todo género de diversiones y traman mil ardides y maleficios”.

Jose Miguel Barandiaran


Las medidas punitivas fueron endureciéndose progresivamente y una vez puesta en marcha la maquinaria acusatoria, era prácticamente imposible salir de ella. Estos procesos inquisitoriales fueron puestos en práctica desde el siglo XIII, pero a partir del siglo XV y principalmente durante el siglo XVI y principios del XVII, las cortes civiles o laicas comenzaron a aplicar el mismo sistema procesal que el tribunal cristiano del Santo Oficio. Valga como ejemplo las acusaciones realizadas por las juntas generales de Bizkaia y Gipuzkoa durante el siglo XV, que las consideraban como alimañas que hacían daño a la vida social y económica de esos territorios.


CONTEXTO Y SISTEMA APROPIADOS

Este nuevo fenómeno de brujería no tuvo ni la misma expansión ni el mismo seguimiento en toda Europa, estando más presente en zonas azotadas por guerras religiosas, conflictos políticos y territoriales o rebeliones sociales. Las luchas de poder eran constantes cuando la iglesia y los demás estamentos se enfrentaban con afán de centralizar a la sociedad entorno a una ideología y unas creencias concretas. Según algunos historiadores como Bartolome Bennasar, “Los tribunales de la inquisición actuaron en Euskal Herria como instrumento para el sometimiento de una cultura periférica no integrada, y para la eliminación de las creencias populares precristianas que todavía poseía la sociedad”.

Los enfrentamientos entre diversas tendencias dentro de la iglesia cristiana, fueron también un importante caldo de cultivo para intentar reprimir mediante estas acusaciones, cualquier tipo de disidencia religiosa o comportamiento blasfemo y hereje, desde la persecución a los judíos y la posesión de libros censurados o prohibidos, hasta la homosexualidad o el adulterio. Estas disputas supusieron un auténtico cisma en el cristianismo donde se reflejaban distintas concepciones del mundo promovidas entre otros por Martin Lutero (1483-1546).

Antes y después del Concilio de Trento aumentó considerablemente la puesta en marcha de procesos por delitos de brujería en toda Europa. Esta contrarreforma dio un giro aún más retrogrado a los planteamientos cristianos, principalmente en lo que respectaba al dogma y a la disciplina. Las conocidas como guerras de religión así como todos los juegos de poder que las rodeaban fueron especialmente virulentas en Francia, con lo que en Behe Nafarroa, Zuberoa y especialmente en Lapurdi se vivieron una serie de hechos donde se mezclaron los enfrentamientos entre jauntxos feudales, la deriva totalitaria de la iglesia y las revueltas sociales, y que culminaron con un desenlace trágico y brutal.


“Concilio de Trento (1545-1563), concilio ecuménico convocado por el papa, y que afecto de manera muy importante al devenir de la  iglesia cristiana y a toda la sociedad. Maniobra con la que se trató de contrarrestar la reforma protestante y otras tendencias dentro de la propia iglesia, y con la que se fijó un único dogma católico tras la crisis a la que había llegado durante los siglos XV y XVI”.


Esta fase de la historia nos muestra una época de guerras y viudas jóvenes en cierta medida, donde las mujeres seguían estando en un escalafón entre los hombres y los animales y donde al fomentar el miedo a las brujas y a otras herejías, una parte importante del pueblo se acercó a la iglesia buscando refugio, convirtiendo a esta en una institución aún más poderosa que no daba margen a la más mínima opción de duda. Lograron crear un estado de temor permanente para demostrar que no se podía ir contra lo establecido, y que el castigo era peor de lo que se pudiese imaginar.

En nuestra tierra, los tribunales de la inquisición solo pudieron actuar en Navarra y en contra de la oposición de las cortes, tras la invasión castellana. Muchas de aquellas persecuciones como la llevada a cabo por el inquisidor Avellaneda durante 1527 y que terminó con más de cuatrocientas personas acusadas de brujería, la mayor parte de ellas agramontesas y partidarias del rey de Navarra, coincidieron con la anexión armada de Nafarroa a la corona de Carlos I de Castilla. Calahorra albergó el tribunal del santo oficio para todas las provincias vascas, posteriormente en 1570 este sería trasladado a Logroño. Así se recoge en algunos relatos de Fernando Valdeolivas representante del santo oficio  que sobre el año 1539  fue enviado por la corona de castilla a las provincias vascas, y que diez años más tarde ya contaba con comisarios permanentes en numerosas localidades como Orduña, Durango, Tolosa o Tafalla.


“Todos estos intentos de instaurar las prácticas del Santo oficio coincidieron en el tiempo con la invasión castellana en Nafarroa. Cuando en 1521 se produjo el intento de recuperar la independencia del reino, los insurrectos navarros quemaron el Tribunal de la Inquisición de Calahorra y su delegación en Tudela”. 

Iñaki Egaña


Curiosamente mientras la influencia de estos tribunales fue apagándose en el resto de Europa, en los reinos de Castilla y Aragón unificados por los reyes católicos, se pusieron en marcha a finales del siglo XVI con Tomás de Torquemada a la cabeza. Estos procesos de inquisición fueron unos de los principales activos con los que poder materializar la transición entre el feudalismo y el capitalismo, obligando de una manera efectiva a cambiar una sociedad de agricultores por otra con un modelo de producción y de relaciones más “moderno”. Las cenizas de las hogueras cubrieron de ignorancia y mentiras un pasaje esencial de nuestra historia, una carnicería humana que condicionó una época y un mundo que ya no existe.


LA INQUISICIÓN EN EUSKAL HERRIA

De esta manera expuso el inquisidor Pierre de Lancre las razones por las que se confirmaba que Euskal Herria era un pueblo de brujas: “La mayoría no hablan ni español ni francés, se comunican mediante un idioma raro y desconocido, una lengua que es incompresible para las personas doctas pero muy adecuada para que el diablo se comunique. El reparto político del territorio no casa con el de los obispados, de manera que el diablo tiene más libertad para organizar sus reuniones. No son ni franceses ni españoles, no aman a su patria y son muy descuidados con sus costumbres”.

Los expeditivos métodos de la santa inquisición abarcaron cerca de cinco siglos. Este jurado eclesiástico creado en 1248 y compuesto principalmente por monjes Dominicos, nació con el objetivo de investigar y castigar los delitos contra la fe. Estaría vigente hasta comienzos del siglo XIX en todos los pueblos sometidos por la corona española, incluidos los americanos. Ya existían antecedentes de estas prácticas antes de la instauración del santo oficio, pero jamás llegaron a sus niveles de brutalidad y sadismo.

Estos procesos de persecución y represión sistematizada tuvieron un importante empujón a partir de los juicios de Artois (Francia) en 1459. Tras el bulo papal de Inocencio VIII Summis desderantes affectibus, pero principalmente a raíz de la publicación del Malleus maleficarum  también conocido como “martillo de brujas”,  posiblemente el tratado más importante y exhaustivo sobre la caza de brujas, que contó con decenas de reediciones, lo cual posibilito que los oficios de la inquisición se propagaran por toda Europa aumentando así las denuncias por brujería.


“Nicholas Remy (1530-1616), magistrado francés que escribió varios tratados sobre las brujas y sus prácticas y que condenó a cientos de mujeres a la hoguera”.


La inquisición en Euskal Herria tuvo su principal incidencia durante el siglo XVI y principios del XVII. Existieron precedentes  como las denuncias por brujería que los gobernantes de la provincia de Gipuzkoa interpusieron ante Enrique IV en 1466, o los sucesos ocurridos en Durango entorno al año 1500, donde más de cuarenta personas fueron juzgadas siendo once de ellas quemadas vivas. Nuevas investigaciones apuntan a que detrás de aquella caza de brujas lo que verdaderamente asomaba, era otro intento de combatir la disidencia religiosa dentro de la iglesia.

Existieron otros contenciosos ya bien entrado el siglo XVI con tipología y desarrollos diferentes, donde fue la jurisdicción civil la encargada de hacerse cargo del problema. En el proceso contra las brujas de Zeberio (1555-1558), las delaciones entre vecinos llevaron a prisión a veintiuna personas, diecisiete de ellas mujeres. En este caso los jueces dictaminaron que detrás de todas aquellas denuncias por brujería solo existía el odio que, por motivos territoriales o personales, se profesaban aquellas personas. Pero este y otros sucesos quizá no han tenido tanto eco en el tiempo como otros que ocurrieron a comienzos del siguiente siglo.

Prácticamente en paralelo tanto en Lapurdi como en Nafarroa, tuvieron lugar dos de los procesos más sangrientos contra las brujas. En Lapurdi, con motivo de varias revueltas ocasionadas principalmente por las continuas disputas entre algunos señores feudales,  proliferaron mucho las denuncias por brujería. A petición de estos y con ánimo de mediar en aquel conflicto, en 1609  el jesuita y jurista Pierre de Lancre fue enviado por Enrique IV de Francia al vizcondado de Labort (Lapurdi). A pesar de que jamás pensaron que de Lancre  llegaría tan lejos, la nobleza e incluso parte de la ciudadanía lo acogieron de buen grado ya que comenzó a ejercer la represión principalmente sobre mendigos y personas pobres o excluidas.


“Pierre de Lancre (1553-1631), nacido en Burdeos pero de ascendencia labortana, fue nombrado como jesuita en Turín y actuó como jurista y alto funcionario en la corte de Enrique IV”.


Pero en el intervalo de un año cientos de personas fueron ajusticiadas y muchas otras huyeron al otro lado de la frontera. En los juicios se dieron por buenas las denuncias más inverosímiles a pesar de que muchas de las acusadas no sabían francés. De Lancre y sus secuaces se mostraron muy expeditivos durante las largas sesiones de tortura, especialmente a la hora de buscar lo que ellos denominaban como stigma diaboli o marca del diablo. Tras el tormento las acusadas respondían solas y desnudas a sus preguntas y ni la confesión ni el arrepentimiento las libraba de arder en la hoguera. Las quemaban en plaza pública y normalmente en sus propios pueblos. La gran mayoría fueron mujeres, también algunos hombres y varios curas entre ellos, ya que según de Lancre gran parte del clero vasco estaba infestado de brujos.

La espiral represiva llegó hasta tal punto que en Lapurdi, provincia pesquera por excelencia,  cientos de marineros vascos volvieron de faenar desde Ternua antes de tiempo, con lo que las revueltas se recrudecieron peligrosamente dando lugar a que fuesen  los mismos nobles e incluso el obispo de Baiona, los que contrariamente a la vez anterior volvieran a interpelar a Enrique IV para que pusiese fin a las andanzas del inquisidor, y a los conflictos que estaba originando. Como consecuencia, en noviembre de 1610 Pierre de Lancre partió de vuelta a Paris junto con sus colaboradores, sin que fuese tomada ningún tipo de medida en su contra.

En aquellas fechas al sur de los límites fronterizos con Lapurdi y Behe-Nafarroa cerca de trescientas personas, mujeres en su gran mayoría, fueron denunciadas, detenidas y torturadas. Posteriormente fueron enviadas a Logroño para ser juzgadas por los mismos delitos por los que fueron acusadas y condenadas centenares de personas al otro lado de la muga. Cuarenta fueron declaradas culpables y seis de ellas quemadas vivas, otras como Graciana Barrenechea acusada de ser la reina de los aquelarres de Zugarramurdi, perecieron antes del juicio como consecuencia de las brutales torturas a las que fueron sometidas.


“Durante el frio invierno d 1610, el palacio de Jauregizarrea (Arraioz-Baztan), se convirtió en un “infierno” para varias de las detenidas durante el proceso contra las brujas de Zugarramurdi. Las detenidas sufrieron brutales sesiones de tortura. En pleno invierno, a Graciana Barrenetxea la ataban a una columna desnuda de cintura hacia abajo, y le empapaban los pies con agua fría para que sufriese dolorosas congelaciones”. 

Pello Guerra, Zazpika aldizkaria


El proceso judicial duro dos días en un escenario donde las acusadas ataviadas con el San Benito, eran puestas en hilera en mitad de una multitud. La sentencia recogía que las condenadas formaban parte de una secta diabólica, dividida en siete escalafones dependiendo de la jerarquía. Junto a Graciana Barrenechea su marido Mikel Goiburu ostentaba el título de rey de los akelarres y entre otras, también fueron ajusticiadas en la hoguera o bajo tormento Sabadina de Zozaya, María de Zubiria, María Martín de Elizaguiberea, María de Mendi, Catalina de Gortadi, María de Aldecoa y María de Arozarena.

Publicada en 1611, la sentencia fue revocada un año más tarde, pero a pesar de ello muchas mujeres terminarían definitivamente estigmatizadas y puestas bajo sospecha. Por el contrario algunos de los delatores consiguieron un futuro más tranquilo y agraciado.


“Froedrich Spee (1591-1635), jesuita y poeta alemán firme opositor a los juicios por brujería. Se opuso a la práctica de la tortura como método para obtener la verdad”.


LAS MUJERES, SIEMPRE LAS MUJERES

“Euskal Herria es un país de manzanas, sus mujeres solo comen manzanas, no beben más que jugo de manzanas y en cualquier ocasión están dispuestas a morder la manzana de la transgresión pasando por encima de la condena de dios. Son Evas que seducen voluntariamente a los hijos de Adán y viven en las montañas en absoluta libertad e ingenuidad como lo hacía Eva en el paraíso terrenal. Son provocadoras, le enseñan el trasero a cualquiera y visten y se peinan indecentemente. Les gusta bailar. En verano se bañan mucho y aprovechan esta circunstancia para llevar a cabo juegos lascivos”.  Así lo recogía Pierre de Lancre en sus escritos, racista y misógino fueron principalmente mujeres las que pasaron por sus manos y las de sus esbirros.

La mujer fue el enemigo perfecto en una época de guerras donde se enviudaba fácilmente. Muchas trataron de hacerse con las riendas de sus propias vidas, lo que supuso que determinadas conductas amenazaran el orden que se trataba de mantener. Las ideas en contra de las mujeres estaban muy presentes en aquel tiempo y fueron ellas de un modo abrumador las que más padecieron la persecución y sus consecuencias. Fueron miles las condenadas y ejecutadas a las que habría que añadir las que murieron en los calabozos, como consecuencia de las sesiones de tortura.

Según el credo de la inquisición las mujeres odiaban su propia vulnerabilidad, carecían de fuerza o capacidad para gobernar por lo que utilizaban la brujería para lograr tales objetivos. Las temían y odiaban a la vez, desconocían su fisiología y las consideraban peligrosas ya que de ellas dependía la procreación. Pero tras esa impuesta aureola de maldad se escondían mujeres que se mantenían al margen de la vida convencional, mujeres excluidas por edad y circunstancias o aquellas que se revelaban cuando se sentían amenazadas por el sistema.

La visión que a día de hoy tenemos sobre la edad media es parcial y basada en posiciones muy simplistas. Son los silencios y el desconocimiento los que priman por encima de cualquier otra apreciación y los principales responsables de que trivialicemos sobre la persecución y el sufrimiento que padecieron aquellas mujeres.

La situación de inferioridad en la que se desenvolvían las mujeres con respecto a los hombres era más que evidente. Nunca ostentaron el poder y tampoco controlaron los medios de producción. La mayoría de ellas tenían los mismos problemas y las mismas necesidades, en una jerarquía social que las relegaba únicamente al plano doméstico y reproductor. Pocos han sido los historiadores que han investigado los motivos que se esconden tras la persecución de las brujas y su relación con la instauración de un nuevo régimen económico y productivo.


“La caza de brujas, la esclavitud y la conquista de América fueron elementos imprescindibles para instaurar el sistema capitalista  moderno. Este trajo una nueva concepción de la posición social de las mujeres; mas subordinada a los hombres, lo que devaluó su trabajo como actividad económica independiente”.  Silvia Federici


Un simple rumor era suficiente para presentarlo como prueba y dar inicio un proceso brutal. En el peor de los casos las denuncias corrían a cargo de otras mujeres, vecinas o amigas que se denunciaban entre sí. Contrariamente a las acusaciones de elaborar pócimas mágicas y ungüentos maléficos, fueron ellas las principales encargadas de recoger todas las enseñanzas sobre esa medicina empírica transmitida durante generaciones.


“Hace ya varias décadas desde el movimiento feminista se dieron cuenta que se trataba de un fenómeno muy importante, que había dado forma a la posición de las mujeres en los siglos venideros y que lo seguiría siendo si se les ilustraba a las nuevas generaciones sobre la importancia de esta persecución”.

Silvia Federici


La palabra bruja está cargada de multitud de connotaciones. Brujas blancas o negras, malas y buenas, una serie de estereotipos azuzados por el desconocimiento, la ignorancia y nuestra propia imaginación.

Pero sobre estos también sobresale un importante componente desobediente, una historia de persecución y resistencia que las ha hecho merecedoras de ser un referente a la hora de denunciar la represión y la exclusión del sistema, así como ya hoy en día, reivindicar un futuro en plena igualdad entre géneros y personas.

Una palabra que nos libera de alguna manera para poder seguir reclamando el derecho a creer y vivir conforme a nuestras propias creencias, sin tabúes o vetos que nos lo impidan.

“In nomine patrika, Arageako Petrika, gaztelako Janikot, ekidak ipurdian pot”.