El valor del activismo

Antes de entrar en pleno periodo de estío, o hastío según se mire, echamos una fugaz miradita a los meses anteriores y comprobamos como un fenómeno aparentemente adormecido ha cobrado la fuerza suficiente como para zarandear nuestras posaderas y condicionar de manera relevante el debate social y político entre nosotros.

No son dinámicas actuales ni casuales, vienen de lejos, pero el arreón del movimiento feminista, la lucha de los actuales y futuros pensionistas y la última iniciativa soberanista entorno al derecho a decidir, ha puesto nuevamente en valor algo básico para que reivindicaciones tan justas y sensatas como las mencionadas, entren dentro de la agenda política: el activismo.

Aludiendo a esta última cabe mencionar que Gure Esku Dago asumió el reto y lo volvió a conseguir. Se barajaban varias opciones para el futuro de esta iniciativa, la ilusión que tenso aquella cadena que unió Bilbo e Iruña parecía haber languidecido, más aún en unos tiempos donde las fechas de caducidad se asemejan a las de los yogures.

Esta última movilización ha sido un chute de ilusión y fuerza. Pero lo significativo no fue aquella cadena y no lo ha sido esta, tampoco las consultas pueblo por pueblo. El resultante ha sido importante, pero son todas esas personas unidas organizando y actuando el verdadero patrimonio que no nos podemos permitir perder.

La adhesión es importante, pero ha sido esa dinámica del día a día el que ha posibilitado el resultado. Esperemos que la filosofía de iniciativas como las de “GureEsku” o sean cuales sean las que se generen en un futuro, hayan venido para quedarse y agitar el encorsetado ámbito político-institucional, así como un panorama mediático viciado y patético.

Ya con los pies en la tierra, no hay red social que aporte y también incomode más que ese activismo organizado de tu a tu, compartiendo y convenciendo. De ahí el recorrido catalán y también la respuesta del estado. Valga este ejemplo para recordar que apostar por el camino de la plena soberanía, supone arriesgar por un nuevo escenario que ni las élites políticas ni las económicas desean.

La necesidad emancipadora es cada vez más notoria. El razonamiento del “todo vale” tenía un determinado objetivo y sus correspondientes cabezas de turco. Y de pronto, los presos políticos dejan de ser de exclusividad vasca, raperos son detenidos o se exilian, los delincuentes eligen talego, “la piara” libera a “la manada”, en Altsasu “todo por la patria”, el euskera divide, que sabrá Paco Etxebarria sobre la tortura, 1080 euros una concesión intolerable, el TAV nos conectaba ¿¿con??

Toda esta sucesión de hechos y muchos más que han ocurrido y seguirán ocurriendo en el futuro, son pequeños ejemplos que van llenando una mochila que empieza a sobrecargar la paciencia del respetable. El grado de tolerancia disminuye y la calle nuevamente se muestra como el único espacio donde la protesta y las alternativas toman fuerza para poder incidir en los ámbitos de decisión.

Aun así sigue siendo más recurrente hablar sobre el RGI y menos sobre los grandes defraudadores con label vasco, o mirar al cielo por si llueve cuando el último informe del Ararteko sobre pobreza infantil nos muestra que hasta un 10’4% de los niños y adolescentes de hasta 15 años, sufren importantes carencias por esa cuestión.

El poder y sus resortes saben perfectamente en que temas poner en el acento y en cuales mirar hacia otro lado o negar la mayor. Según Joseph Stiglitz, premio nobel de economía, “la desigualdad no es fruto de la tecnología o la globalización, sino de las políticas públicas y de las instituciones sociales que se impulsan”.

La desigualdad por tanto, de la misma manera que las carencias o las vulneraciones de derechos básicos como los de expresión o libre decisión, es fruto de determinadas decisiones políticas.

¿Y que tendrá que ver todo esto con el derecho a decidir? La sencillez de la pregunta choca con la percepción de que el mero hecho de introducir un sobre en una urna, nos vaya ayudar a superar nuestros problemas diarios.

Para ello sería necesario quitarnos por un momento la visera que solo permite que nos miremos al ombligo, y ampliar la perspectiva al pensar no tanto en que puede hacer la sociedad por uno mismo, sino al contrario.

¿Estaríamos dispuestos a arriesgar para lograr un nuevo marco donde la distancia entre las personas y sus derechos pudieran reducirse a niveles dignos y decentes? Eso es precisamente lo que Gure Esku Dago puso encima de la mesa con la cadena humana del mes pasado, trasladar a la sociedad también el derecho, pero principalmente la necesidad de decidir para poder cambiar lo establecido de la manera que las vascas y los vascos creamos conveniente, en todos aquellos temas que nos afectan: lengua, empleo, cultura y educación, medio ambiente…

No pretende este artículo de opinión restar valor o importancia a la labor institucional que ha generado un nuevo impulso en la ponencia de autogobierno. Tras varios años en “stand by”, este nuevo acuerdo pretende cimentar un camino de no retorno a un modelo autonomista de migajas ya agotado y abrir otro hacia la soberanía, que ya sea atendiendo a la actual partición territorial e institucional o a los diferentes niveles y tiempos en su desarrollo táctico, necesitara desde un punto de vista estratégico una potente aportación sobre su futura viabilidad en un panorama sociopolítico estatal y europeo bastante incierto.

Catalunya o el propio estado son la muestra evidente de lo acelerado del panorama político, pero a pesar del vértigo que nos pueda producir toda esta secuencia de hechos, sigue habiendo un mundo entre la alternancia y el cambio y moverse o avanzar.