ENDAVANT II: No desandar lo andado para que el siguiente salto sea mayor

Multitudinaria movilización en Barcelona a favor del referéndum la víspera del 1-O.

Hace ya unos cuantos meses que dejaron de sonar tan potentes los ecos del procés. Sería un hecho comprensible si una de sus características principales no hubiese sido la capacidad de mantener el pulso en el tiempo, sin apenas haber disminuido en intensidad. Irónicamente es el Estado el que vuelve a situar el conflicto catalán en la primera línea política.

Han pasado dos años desde la declaración del DUI, y algo más desde aquellos comicios electorales “obligados” del 21-D, donde con un 82% de participación el independentismo cosecho un buen resultado en unas condiciones muy difíciles y con el 155 completamente desplegado. Aquel día los y las catalanas ejercieron su derecho al voto sin saber si el candidato que habían elegido para ser president podría llegar a serlo. Por el contrario el Tribunal Constitucional, si bien no decidió quien sería investido sí sentenció quien no llegaría a serlo, dando inicio a una nueva etapa en esta espiral que dura ya unos cuantos años.

En esta última fase el 2018 pasará a la historia como un espacio de tiempo en lo que lo más relevante será lo que no ha llegado a suceder. Con el conflicto ya definitivamente judicializado desde principios de este 2019 los retos coyunturales se vuelven a situar donde estaban, ni el president y demás exiliadas han podido regresar con garantías, ni los procesados han conseguido evitar una perversa y convenientemente alargada prisión preventiva. Estratégicamente genera aún más preocupación la aparente falta de cohesión entre las direcciones de las fuerzas políticas independentistas, habiendo disminuido de manera notable su capacidad de llevar la iniciativa y marcar la agenda.

Quizá se minusvaloró la capacidad coercitiva y represiva estatal y se sobredimensionó una posible presión internacional. Tal vez se confió demasiado en la transversalidad  del proceso a la hora de atraer a otros sectores soberanistas y ante un posible cambio de actitud por parte de PSOE-PSC.

Cada vez cobra más fuerza la idea de que el DUI no fue concebido como un punto de no retorno, sino como un elemento precipitador que diese paso a nueva fase de negociación y resolución bilateral hacia un referéndum pactado. Teniendo en cuenta los antecedentes esta última cuestión plantea como mínimo dos interrogantes.

La primera se basa en un exceso de confianza en las fuerzas de una de las partes para poder generar y afrontar una fase negociadora bilateral, cuando se parte de una situación de subordinación evidente con respecto al estado.

La segunda nos muestra que parece incompatible proponer un discurso rupturista por un lado y seguir sustentando este régimen constitucional que pretende dar continuidad a un Estado de las autonomías ya agotado.

El proceso catalán bebe de diferentes sectores pero tiene un contenido y unos objetivos netamente progresistas, y estos chocan con el neoliberalismo sistémico en gran medida porque posibilitan construir desde la base, restando así poder de maniobra a las élites políticas. Antes y después del 1-O no solamente el Estado, también esas mismas élites fueron desbordadas en Catalunya por la presión y respuesta ciudadana, mostrando que era en la dirección política del procés donde se encontraba el eslabón débil de la cadena.

Sea como fuere parece que este ciclo está llegando a su fin y el nuevo aún está tomando forma y definiéndose. Los llamamientos a la unidad de la sociedad catalana no van encaminados a seguir dándose de cabeza contra el mismo muro, sino a no desandar lo andado para que el siguiente salto intente superar el listón anterior. Eso requiere volver a acertar con las dinámicas y los tiempos, con una estrategia entendida y compartida entre el motor –la sociedad civil catalana- y el timón –sus representantes políticos y sociales- en comunión.

En todos los procesos independentistas debemos tener varios factores en el tiempo y en la forma, tanto la resistencia y la persistencia de quien se quiere independizar, así como la pérdida de control de quien quiere evitarla. Y en esas estamos, por una parte valorando si la sociedad catalana será capaz de mantener el pulso redefiniendo su estrategia, y por otra esperando que la maniobra estatal haya sido lo suficientemente desproporcionada para generar el caldo de cultivo propicio que alimente un nuevo arreón democrático en Catalunya y por la cuenta que nos trae también en Euskal Herria. No hay cosecha sin agitar el nogal, tampoco acción sin reacción, pero lo más importante, no habrá resultados sin voluntad de asumir riesgos.

Sabiendo que todo lo que suceda entorno a la sentencia del procés estará envuelto y entremezclado con las próximas elecciones estatales, la ilusión de un nuevo ciclo en Catalunya invita a abstraerse del presente. Si hasta ahora no lo han sido, no esperemos que los movimientos políticos vayan a ser armónicos al son de una determinada melodía. Recordemos que la batuta más pesada sigue en manos de Madrid.