La calle es nuestra

La crisis, para algunos y algunas, hace unos cuantos años que llego, y fue para quedarse. Mientras se iban destruyendo los logros sociales que se habían conseguida mediante la lucha, las políticas neoliberales obtuvieron sus frutos. Una sociedad donde unos viven muy bien y otros y otras, en la precariedad absoluta.
Las cifras de desempleo aumentaron, llegando a cifras impensables, mientras algunos seguían engordando sus bolsillos.

A la ciudadanía se le culpaba de haber estado viviendo por encima de sus posibilidades, y la banca seguía llenando sus arcas, siendo los desahucios su expresión más degradante. Eso sí, se empleo dinero público para salvar a la banca de la crisis.
A los inmigrantes se les acusaba de ser unos de los causantes de la crisis, sin ningún pudor (por parte de algunos y algunas). Pensamiento fomentado desde las diferentes administraciones y que caló muy hondo en nuestra sociedad.

La clase trabajadora, tanto de la administración pública, como de la empresa privada, vio como se aumentaba su jornada de trabajo, se reducían y congelaban sus salarios y empeoraban sus condiciones laborales, mientras algunos empresarios continuaban recibiendo subvenciones del gobierno vasco, para a continuación despedir trabajadores y trabajadoras e incluso cerrar empresas.
Eso si, el Gobierno Vasco siguió y sigue aportando dinero a la construcción del tren de alta velocidad, enriqueciendo a algunas empresas cuyos consejos de administración son de dudosa objetividad.

Desde los diferentes gobiernos, vascongado y español, se consiguió que se interiorizara toda esta situación, aceptando contratos precarios, condiciones laborales penosas, etc.
Los jóvenes, se han convertido en la generación mejor formada, y la peor pagada. La precariedad es algo que va unido a ellos y ellas.
Las mujeres, con sueldos y condiciones laborales peores que las de los hombres, por el hecho de ser mujeres. La violencia sobre ellas, las cifras de mujeres asesinadas, de maltrato, de abusos, lo dicen todo.

Por suerte, ha llegado un momento en el que la sociedad ha decidido no seguir callada.
El pasado 8 de marzo fue histórico. La respuesta supero todas las previsiones. Las mujeres, de todas las edades, demostraron lo que son, luchadoras.
La juventud entendió que son parte de esta sociedad y que el futuro está en sus manos y que hay que mejorarlo.
Los pensionistas y las pensionistas, aquellas que lucharon tanto, que lograron condiciones laborales y salarios dignos, que con su trabajo sacaron adelante esta sociedad, han dicho basta. Han salido a la calle a denunciar el ninguneo al que están siendo sometidos, el desprecio con el que se les está tratando y la falta de respeto que están sufriendo por parte de los mandatarios. El Gobierno del Sr. Urkullu asi lo ha demostrado, públicamente dice estar al lado de los pensionistas y en el parlamento vota en contra de sus intereses, priorizando los suyos propios.

Injusticias como la sentencia por la agresión sufrida por una joven en San Fermines, la acusación a los jóvenes de Altsasu, la represión hacia Katalunia, han conseguido que la ciudadanía, de todos los colores e ideologías, se eche a la calle.
Injusticias de las que el PNV, a pesar de haberse manifestado en contra, se ha olvidado, una vez mas apoyando los presupuestos del PP.

La sociedad vasca ha despertado, pero queda mucho por hacer. Todas las demostraciones de descontento que estamos viendo a lo largo de este año, deben ser un inicio, nunca un punto y aparte, y mucho menos un punto final.
La calle es nuestra, siempre lo ha sido y debe seguir siéndolo.