Pido perdón

Corren malos tiempos para la lírica, más aún para la libertad de expresión. Hablas y te detienen, votas y te hostian, piensas y te persiguen… Pero los tabúes están para romperlos, de manera que al lio.

Desde que tengo uso de razón política he sido consciente de que no eran las cosas las que giraban en torno a mí, al contrario, soy yo el que lleva bailando ya unos cuantos años al son de la misma melodía. El tiempo pasa, las cosas cambian y en estos días en los que recibimos continuas demandas para que repasemos nuestro pasado, aquí va el mío. No será del gusto de muchos, tampoco lo pretendo.

La nostalgia no es buena consejera, casi tanto como la desmemoria y si acordarse de lo que uno quiere es legítimo, no lo es pretender que la historia vital de un pueblo se base solo en una de esas verdades. Yo también tengo la mía, propia e intransferible aún a riesgo de no ser políticamente correcto. Resulta imposible sintetizar una reflexión generacional de varios fascículos en un artículo de opinión, de manera que duro y a la cabeza.

Nacimos y crecimos al calor del plomo, cuatro décadas precedidas por otras no menos duras ni convulsas. Marcasteis nuestra juventud y lo seguís haciendo, ante la hipocresía de quienes os llegaron a aplaudir y hoy reparten venganza y miseria por las esquinas. “Carrero voló” gritaban… Muchos volaron por desgracia. Argala nos explicó que pese a todas las contras la lucha armada era necesaria para avanzar. Se mató, os mataron y el Gobierno español se sentó, una, dos… veces. Estas líneas pueden sonar duras, faltas de sensibilidad o compasión, pero siguen siendo la verdad, mi verdad.

La lucha es imperfecta y cruel, tanto como lo puedan llegar a ser sus acciones. Nacisteis del pueblo y este os apoyó y cobijó. ¿Cómo explicar sino tantas décadas de andadura en esta Europa del “primer mundo” y con dos estados como adversarios? El paso del tiempo perjudicaba y desgastaba, cada oportunidad se convertía en obstáculo, lo inmediato mandaba y la perspectiva no superaba el lustro. Y de la misma manera que era importante acertar con el camino y los ritmos de la anterior fase, también lo era como finalizarla, o si existían las suficientes garantías para poder hacerlo de manera negociada e integral. Pero no dudé y no dudo de vuestra honestidad militante. De manera que por todo ello y por mucho más escribo esta crónica acelerada. Sin amnesias selectivas que me hagan olvidar el sufrimiento, el ajeno y el propio.

Puedo entender la adecuación de la semántica a los tiempos y al contexto presente, otra cosa es pretender que los hechos acompañen a las palabras y en tiempo record. Empatía y respeto por supuesto, pero ¿normalización y reconciliación cuando aún seguimos desenterrando gudaris y milicianos 80 años después? El suelo ético puede ser resbaladizo…

Los ciclos históricos se repiten, un vistazo a nuestra andadura como pueblo nos lo confirma. Cambian las formas y los protagonistas, pero no el escenario ni el argumento. Seguimos siendo una nación negada en pleno siglo XXI, y lo que hoy planteamos como un escenario de confrontación exclusivamente democrática, mañana tal vez no lo sea. La necedad campa a sus anchas y es evidente la regresión que vivimos en libertades, reivindicando derechos que creíamos conquistados décadas atrás.

La historia nos mira y se ríe, 50 años son un suspiro, le hacen cosquillas. La altura de miras hace referencia a las personas que ostentan las responsabilidades para poder cambiarla. De manera que no estaría de más un poco de sensatez y perspectiva política, ante un conflicto que ha sido y es de carácter político. Pese a quien pese y a pesar de no haberla deseado jamás, la violencia ha marcado y marca la agenda mundial día tras día, y nuestra tierra ni ha sido ni es una excepción. Reivindicamos paz y libertad, aún sabiendo que difícilmente conseguiremos la primera sin luchar y trabajar por la segunda. De manera que quizá no sea el momento, pero humilde y honestamente asumo la historia, mi historia, con errores y aciertos, con dolor y confianza. La misma que depositamos en vosotras y vosotros décadas atrás.

Indudablemente pues, pido perdón. Pido perdón por no trabajar lo suficiente para que nuestro pueblo sea libre. Lo hago por no haber sido capaz de dar más de mi mismo para que otras y otros no tuvieran que haberlo dado todo.

La historia está para vivirla y contarla, pero sobre todo para mejorarla. Tristemente el tiempo no siempre pone a cada uno en su sitio, yo humildemente pretendo situaros en la historia, en mi historia. La que despierta todas las mañanas con olor a café y esperanza, y se acuesta con sueños, sin fantasmas ni pesadillas que la desvelen.

Honestidad, compromiso, humildad y dignidad, así os recuerdo y así lo seguiré haciendo hasta que casque. “Inork agintzen ez didalako maite dut maite dudana”, maite ditut maite ditudanak.