Por activa y por pasiva venimos escuchando hasta la saciedad que lo que se va a restituir en Catalunya es la democracia, la vuelta a la normalidad y la convivencia, pero, a medida que pasan los días y se van dando los siguientes acontecimientos, lo que está quedando meridianamente claro es que lo que se va a restablecer, en realidad, es la implantación del nacionalismo español en tierras conquistadas catalanas. Resulta obvio que su única manera de entender la “normalización” es con la integración de los patriotas; es decir, de los independentistas.
Con esta medida, los nacionalistas españoles vienen a decir, entre otros argumentos, que asumen las tareas de Gobierno para que no sigan yéndose las empresas de Catalunya. Y uno se pregunta de qué tienen miedo si España es una grande y libre y, como mucho, las empresas cambiarían de lugar que nunca de territorio… como si a Murcia o Extremadura le viniesen mal doscientos mil puestos de trabajo a cada una.
Y todo ello con el apoyo incondicional del Partido Socialista Obrero Español, para cuyos pensantes parece que el quid de la cuestión reside en el dilema de que no se puede ser secesionista y de izquierdas, y por ello abogan por un único territorio (nacional y español, y nada izquierdas) dándoles una vez más un cheque en blanco a los sucesores del franquismo, que ya otrora proclamó que todo quedaba atado y bien atado.
Lo que no se puede concebir de ninguna de las maneras es que únicamente se puedan establecer lazos de convivencia y normalidad democrática desde los parámetros nacionalistas españoles, como si la proclamación de un Estado fuera del todo negativa para tales derechos. Ello hace pensar que, desde su perspectiva, seguimos siendo ciudadanos de segunda clase o, en el peor de los casos, analfabetos a los que no se nos puede dejar llevar las riendas de un Estado.
Volver a la “normalidad” y a la “convivencia” requiere, por parte de los secesionistas, dejar de ser algo que llevan inserto en su cromosoma identitario en aras de restablecer una unidad territorial cuyo jefe de estado fue legítimamente elegido gracias a los votos depositados en urnas invisibles y que nadie ha visto, y que reina por la gracia de dios, que todo lo sabe, que todo lo cura y que desde una aparente legalidad todo lo impone…
Todo intento de forjar la arquitectura de un nuevo Estado es, como poco, delirante para los que se llaman a sí mismos demócratas y defensores de la legalidad española, pero si algo nos enseña la Historia, y no digamos la intrahistoria, es que la desobediencia es el primer ladrillo de los cimientos de esa futura construcción. Además, Pedro Sánchez debiera saber que se puede ser de izquierdas y al mismo tiempo independentista, como lo fueron y lo somos muchos, o como prueba de ello, nos remitimos a una figura mundial indiscutida, como lo fue el gran líder Nelson Mandela.