El relato en tiempos del coronavirus

Solo falta añadirle el blanco y negro a esas ruedas de prensa interactivas para retrotraernos a las épocas del NODO.

Conviene no mezclar la emergencia sanitaria con el despliegue kaki y los llamamientos patrios, en un estado deficitario que confunde la caridad con la solidaridad sistemáticamente dejando que acaudalados defraudadores con los bolsillos llenos, sustituyan el derecho a una salud pública y universal.

Al parecer dejar la llave del cerrojo en manos policiales y militares no es cuestionable, pero aquí en el oasis vasco y a pesar del toque de corneta, la sustitución de Beltran de Heredia por Marlasca no ha escocido tanto como la de Aspiazu por Calviño.

La gestión de lo que está ocurriendo nos sumerge en un marco atemporal, donde se hace muy cuesta arriba mirar atrás para realizar un simple ejercicio de memoria trimestral.

La actividad diaria, a pesar de Urkullu y la patronal, se ha reducido a unos mínimos que si bien producen mucha incertidumbre de cara al futuro, han aislado parcialmente al medio ambiente de nuestras prácticas de “desarrollo”.

La reclusión y la laxitud en la actividad económica están dando un respiro al clima según los ratios de polución en aire y agua. Los datos son clarificadores no solo en lo que se refiere al voraz sistema productivo, también en el consumo que lo sustenta, desde lo que entendemos como necesidades diarias hasta el perverso modelo de explotación turística.

Los datos de las emisiones están en mínimos históricos, con una bajada en los niveles de CO2 en torno al 25%. La caída en la producción y consumo de hidrocarburos y otros minerales, así como las drásticas reducciones en movilidad por tierra y por aire con millares de vuelos cancelados, han posibilitado una importante reducción en esas emisiones.

Sería de ignorantes dar las gracias a un organismo que nos mata, pero también lo sería no aprender de esta experiencia tanto en lo urgente como en lo importante, por una parte para poder afrontar otros posibles brotes epidémicos en un futuro, y por otra para actuar con perspectiva e ir fraguando progresivamente un cambio en este sistema caduco, que nos exigirá bastantes más esfuerzos de compromiso y solidaridad.

Compromiso para intentar no generar más necesidades que nos hagan necesitar más y solidaridad para disminuir la brecha entre los que más y menos tienen, sean de donde sean o vengan de donde vengan. Esta crisis global nos ha hecho descubrir a las sociedades de este “primer mundo” lo vulnerables que podemos llegar a ser.

El ser humano se vuelve a mostrar como el organismo más peligroso para su propia supervivencia y la de las demás especies. Al planeta le suenan las costuras y el capitalismo sigue siendo un espejismo para el 80% de la población mundial, un saco roto que aparenta estar lleno dado lo mucho que cargamos en el.

Sumergidos en esta vorágine socio-sanitaria los hechos se precipitan sin atender a las causas. Pretenden vendernos la salud y la economía como dos conceptos incompatibles, cuando nadie es capaz de predecir el futuro económico y la única certeza es el aumento de contagios y cadáveres.

El virus no entiende de plazos fijos y no hay dilema posible en el orden de prioridades, dado que el repunte de la economía solo será posible mediante una efectiva y pronta recuperación de nuestra salud. El endurecimiento de las medidas de confinamiento no será un obstáculo para que cerca del 35% de los y las trabajadoras vascas vayan a trabajar, o lo sigan haciendo desde sus casas.

No sabemos cómo saldremos de esta, pero si quienes serán los principales afectados por una resaca vírica que agudizará las desigualdades con mayor contundencia. De la misma manera que la gripe, la capacidad de mutación del capitalismo ha quedado sobradamente demostrada.

El virus golpea a todo el mundo si, pero no de la misma manera, siendo siempre los mismos sectores sociales los más vulnerables a las consecuencias del contagio. Los algoritmos convierten a los muertos en cifras y borran convenientemente la casuística de cada difunto.

Da escalofríos pensar en un grupo de supuestos expertos especulando sobre curvas y picos mediante gráficos y quesitos, en base al avance de la enfermedad y la proporcionalidad de sus efectos respecto a la bajada de la productividad empresarial y valorando que sectores de la población son más prescindibles para poder seguir sustentando un sistema humana y biológicamente insostenible.

A pesar de tanto análisis técnico, seguramente tampoco sabremos si esas mismas ecuaciones matemáticas acertarán a enumerar a los y las trabajadoras contagiadas, que en época de cuarentena se vieron obligadas a acudir a sus puestos de trabajo.

El deseo de volver a pisar calle tampoco nos debe hacer olvidar que antes de la extensión definitiva del virus, en Euskal Herria la precariedad laboral se llevaba por delante a veintidós personas sanas, dos de ellas aún hoy desaparecidas. Y esa, al contrario del escenario apocalíptico previsto por esos trajeados de cuna, si es una certeza.

De poco nos valió aquel temor a la prima de riesgo, que lejos de ayudarnos a mirar con perspectiva solidaria al futuro, no fue sino el detonante de otra precarización a la que aún hoy seguimos sin encontrarle el pico.

Más de dos lustros arrastrando la reestructuración de un sistema, a cambio de una brutal disminución del poder adquisitivo de los y las trabajadoras con todas las desigualdades que ello conlleva.

Si recordáramos cuales fueron las desproporcionadas medidas adoptadas en aquella etapa y a que sectores sociales y estratégicos afectaron, los aplausos más grandes lanzados desde los balcones se los llevarían muchos en el morro.

Seguramente tampoco serán proporcionales los costes de reflotar una situación social ya de por sí muy deteriorada. En mayor o menor medida el crecimiento exponencial de la enfermedad pasará de las salas hospitalarias a las oficinas de empleo, sin que nadie pueda asegurar una pronta reincorporación laboral digna.

En este escenario la batalla de la gestión y del relato se intercalan y lo que debiera de ser una lógica y progresiva salida de esta situación, valdrá para iniciar un combate de codos que intente minimizar el desgaste y los costes políticos en época de cuarentena, así como para retomar posiciones ante una nueva cita electoral.

El coronavirus volverá a mutar para convertirse en un arma arrojadiza con la que nuevamente correremos el riesgo de pasarnos con el tratamiento y quedarnos cortos en la prevención.

A falta de vacunas milagrosas y contrariamente a las medidas adoptadas anteriormente en épocas de crisis, las propuestas reivindicadas el pasado 30 de enero ahondan en la prevención, dando centralidad a la sociedad y a las personas más desfavorecidas sean jóvenes, mayores, trabajadoras o pensionistas. La otra opción ya la conocemos.